Hoy,
el “doodle” de Google nos recuerda que se cumplen 88 años del nacimiento de
Edward Gorey (22 de febrero de 1925 – 15 de abril de 2000), escritor y artista
estadounidense poco conocido y reconocido por aquí. Personalmente, lo encuentro
fascinante.
Gorey
fue un niño prodigio que se convirtió en un adulto excéntrico amante de los
gatos, el ballet, la literatura y el cine. En 1953, a la vez que
trabajaba como ilustrador de portadas de reediciones de clásicos modernos en la
editorial Doubleday, escribió su primera historia The Unstrung Harp (“El
arpa muda”), pero no obtuvo el apoyo de las editoriales. Ni corto ni perezoso
creó su propio sello, Fantod Press, e hizo ediciones artesanales de sus libros,
demostrando ser tan artista como emprendedor.
A
lo largo de su carrera ganó un premio Tony (1987) por el vestuario de la obra
de Broadway Drácula, el Institude of Graphic Arts Award (1972) por Amphigorey,
y por sus diseños en general, el World Fantasy Award en dos ocasiones (1985 y
1989) y el International Horror Guild Art Award (1999).
Su
fascinación por el siglo XIX, especialmente por las etapas victoriana y
eduardiana, se deja sentir a lo largo de su obra, cargada de elementos
macabros, místicos, extraños, absurdos, transgresores y sublimes al mismo
tiempo: “Por algún motivo mi misión en la vida consiste en producir la mayor
incomodidad posible, porque así es el mundo”. Sin duda lo consiguió,
especialmente en los relatos sobre niños, como Los pequeños macabros, en
el cual muestra una serie de finales prematuros por orden alfabético: “No sé si
de verdad recuerdo cómo ser niño. En mi obra uso mucho a los niños, porque son
tan vulnerables…”. Su escritura se caracteriza por el perfecto equilibrio de la
prosa poética que juega con las palabras y sus significados, que desconcierta
al lector.
Gorey
vivió solo en New York hasta 1983, cuando murió su admirado coreógrafo George
Balanchine, su principal estímulo cultural. Se trasladó entonces a una casa de
dos siglos de antigüedad en Cape Cod (Massachusetts) que llenó con sus
pasiones, y murió tan solo como había vivido. Hasta el final se dedicó a
escribir, dibujar y crear títeres y marionetas para pequeños teatros. Publicó
en vida más de cien libros y dejó otros setenta escritos pero sin ilustrar.
“Los
surrealistas pensaban que no había nada más misterioso que la vida cotidiana.
Estoy de acuerdo. La vida cotidiana es desconcertante”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario