Después de mi Gran Hermano laborable
particular y los dos días de cama consecuentes para recuperarme he dejado de
ser una zombi y finalmente he vuelto a la vida.
Durante el verano en mi curro trabajamos por
semanas, es decir, desde el lunes a las 9 de la mañana hasta el lunes siguiente
a esa hora; y después tenemos una semana de descanso. En total, durante julio y
agosto trabajamos tres semanas enteras, más una “normal” de turnos, y el resto
son libres, dos semanass de descanso y dos de vacaciones oficiales.
Esto puede parecer lo más de lo más, el
verano perfecto para disfrutar, pero nada más lejos de la realidad. Trabajar
una semana entera agota hasta límites insospechados. Es verdad que cuando
empecé hace tres años me pareció una cosa fantástica, y aproveché todas mis
semanas libres para recorrer Italia. Y el segundo, aunque trabajé una semana
más porque no quería coger todas mis vacaciones en verano, lo sobrellevé
bastante bien (aunque al final no podía ni con la piel), especialmente gracias
a una amiga que me invitaba a su casa de la playa, así que las semanas libres
eran un ‘vuelta y vuelta’ debajo de la sombrilla con un buen libro.
Pero claro, llega el momento en que una deja
de ser “la nueva” para ser “la veterana”, y esto es muerte y destrucción, porque la responsabilidad
crece exponencialmente. Y en esas estamos. Además, hasta ahora “la residencia”
se hacía en grupos de tres trabajadores. Este año, como las cosas están muy
chungas, los grupos son de dos, un veterano y un nuevo. Aunque los nuevos
llevan trabajando más o menos desde septiembre, hace sólo cuatro meses que lo
hacen de forma autónoma, y, evidentemente, nunca han hecho “la residencia”. La
responsabilidad vuelve a crecer…
Así que esta semana los planes son pocos: ir a
correr, leer y ver Masterchef, que lo acabo de descubrir y me ha enganchado
porque es un programa de desconexión total (y eso porque aquí no puedo ver
Alaska y Mario…). Y ya sé quien ha ganado, pero no me importa, porque para mí
lo divertido es lo raruno que habla Eva González intentando que no le salga el
acento andaluz, lo repelentes que son los miembros del jurado, especialmente
Samantha que ni pincha ni corta, porque el bacalao lo reparten los otros; y
Jordi Cruz que habla como un señor de 80 años que se quiere hacer el moderno;
los platos tan viejunos que “crean” los concursantes; y que como en todo
reality “se intensifican los sentimientos”. Me parto.
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