¿Se acuerdan de aquella aspirante a Miss
España que hizo el ridículo televisado cuando le preguntaron que sabía de Rusia
hace ya varios años? Bueno, pues si el embajador llega a ser el de Lituania la
pobre chica seguramente no habría acertado ni a decir que allí vive gente
maravillosa. No quiero insinuar nada más que el desconocimiento general sobre
este país, y tampoco voy a esconder que yo no sabía nada de él hasta que tuve
una amiga lituana; de hecho pocas personas he encontrado que supieran que la
capital es Vilna y hay quien no se acuerda si quiera de Sabonis.
La cosa que más me ha fascinado de Lituania es
la cocina, y el adjetivo que mejor la describe es, sin duda, “imaginativa”.
Porque otra cosa no, pero hay que ser muy creativo para hacer tantos platos
diferentes con un único ingrediente: la patata. Yo creía que con las patatas
fritas, al horno, cocidas y en puré ya era suficiente variedad, pues no. Esta
gente hace salchichas de patata, morcilla de patata, croquetas de patata,
crepes de patata… Prácticamente estuve comiendo este tubérculo durante 4 días
seguidos y nunca repetí plato.
También he podido comprobar algo que siempre
me decía mi amiga sobre la simpatía de los camareros (aunque ella lo extiende a
todo personal de servicios). Mi teoría es que se paga como suplemento aparte, y
con eso lo digo todo. Evidentemente hubo excepciones, pero de esas que cumplen
la regla.
Otra curiosidad es la cantidad de iglesias que
hay, sin ser un país especialmente religioso, y la variedad de ritos. Aunque la
mayoría son católicas, no hay que matarse para encontrarlas de otro tipo,
especialmente ortodoxas y protestantes.
En mi TOP 5 de turismo lituano:
1. Darse un paseíto por la República Independiente
de Uzupis en Vilna y leer su curiosa constitución (disponible en varias
lenguas, pero aún no en español) que tiene artículos fantásticos como: “Todos
tenemos derecho a morir, pero no es obligatorio”, “Los gatos no están obligados
a querer a sus dueños, pero tienen que ser de ayuda cuando sea necesario”,
“Nadie puede compartir aquello que no posee”.
2. Recorrer el istmo de Curlandia en
bicicleta, subir a las dunas sin dejarse las piernas en el intento, tomar
aliento en las playas de arena blanca y agua gris plomo (con baño en el Báltico
incluido), y comer un buen pescado a la brasa acompañado de una cerveza local (alus)
para terminar el día.
3. Probar la sopa fría de
remolacha (saltivarscia) porque comer comida rosa es un punto, y las
empanadillas tradicionales de mil rellenos (kibinai).
4. Darse otro paseíto por Literatu
Gatve, también en Vilna, y hacer fotos a todas y cada una de las obras
expuestas en las paredes de la calle donadas por artistas lituanos.
5. Tomar un delicioso y económico
café acompañado de una tarta de queso y caramelo en uno de los monísimos “Coffe
inn”, el Starbucks lituano, mientras se escriben postales a familiares y amigos
maravillosamente ilustradas por Sigute Ach.
Yo no lo hice, pero estoy segura que Lituania
se presta para un “road-trip” en toda regla.
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