Queremos la información porque con
ella nos sentimos poderosos. Pero no la usamos para obtener conocimiento, para
cuestionarnos nuestras ideas, para ampliar nuestra visión del mundo ni para
contrastar la realidad que vivimos. Lo que solemos hacer es tirarla a la cara
de los demás, y generalmente en una versión más reducida que la original y
aderezada por algún comentario personal.
Cada vez más encerrados en
nosotros mismos, en nuestra forma de ver las cosas, nos alejamos
irremediablemente de los otros. Porque si construyo mi conocimiento a partir de
mi experiencia individual, sin contrastarla con los que me rodean, al final lo
que resulta es un montón de “verdades personales” y ninguna “verdad universal”,
nada que nos una.
Es evidente que tenemos el
derecho, incluso me atrevería a decir la obligación, de tener una opinión
personal y expresarla. Lo que me preocupa es que esta opinión no nace de la
reflexión, la curiosidad, la comparación; lo que nos rodea ya no nos sirve para
crecer. Y, sobre todo, me preocupa que esta opinión tan personal no nos permita
reconocer ni empatizar con las opiniones de los demás.
A dice a B: “Estoy hasta el moño
del trabajo. No me gusta, no me siento valorada, ni útil, ni realizada ni nada.
Los domingos por la noche son una angustia pensando que al día siguiente tengo
que ir. Lo voy a dejar”. B responde: “¿Cómo que lo vas a dejar? ¿Y qué vas a
hacer? ¿Has buscado otra cosa? No te vayas sin tener nada. Yo no lo haría,
tienes que aguantar, al menos hasta que encuentres algo.”. Está claro que A y B
tienen diferentes concepciones sobre el trabajo, y eso está bien; lo que ya no
lo está tanto es que B sea incapaz de reconocer que A lo pasa mal, y antepone
su opinión a la realidad que el otro vive.
Una cosa es “entender lo que
piensa el otro” y otra muy diferente “compartir lo que piensa el otro”, pero
parece que hoy en día están las dos en el mismo saco. Creo que es bastante
obvio que “compartir” significa pensar lo mismo. ¿Por qué se equivoca entonces
con “entender”? “Entender” es ponerte en la onda del otro, intentar comprender
por un momento sus porqués y sus comos.
B dice a A: “¡Me voy a casar con
C! No quiero esperar más, le quiero, lo que tenemos es especial; y además
quiero formar ya una familia, no quiero ser madre a los 40”. Y A responde “¡¿Qué!? Pero
si sólo lleváis juntos un año, ¡ni si quiera habéis convivido! Tú estás loca,
además todavía eres muy joven, queda mucho hasta los 40… Por lo menos tendrías
que probar primero a vivir juntos, hoy en día no te puedes casar sin un periodo
de convivencia previo”. A y B piensan diferente sobre el matrimonio y la
familia, pero ¿por qué A no puede simplemente darse cuenta de que B está
enamorado/a, que quiere hacer así las cosas? Esto no significa que no pueda
darle su opinión, un escueto “Yo creo que antes del matrimonio es mejor haber
convivido.”; pero siempre acompañado de “Si es lo que quieres, me alegro por
ti.”
La defensa desaforada de la mal
llamada libertad de expresión nos ha hecho impermeables a las palabras de los
demás (si no salen por la tele, claro). La situación está en un punto en el que
hemos empezado a darle significados personales a las palabras, simples vocablos
que pasan a una dimensión individual y pierden su carácter grupal y
social. ¿Pero el lenguaje no nace con
intención de comunicarse con los demás?
De la incomunicación social es una reflexión
personal promovida por la gran cantidad de tiempo libre de que dispongo y por
mi deformación profesional, cuya redacción sirve más que nada a propósitos
también personales de desahogo y ordenación de las múltiples ideas al respecto
que giran en mi cabeza. La publicación en el blog es sólo una forma de dar
visibilidad, realidad y perdurabilidad a mis pensamientos.
Creo que en una conversación, el fondo siempre es nuestra postura. A eso hay que añadirle la mayor o menor empatía que seamos capaces de poner en juego. Y luego están las formas. En el primer caso, no sería lo mismo decir, por ejemplo: "¿Lo has pensado bien? Mira que la cosa está muy complicada, no pierdes nada por pensarlo un poco más". Y en el segundo caso ídem de lo mismo. Quizá nos falta tacto. O sin el quizá.
ResponderEliminarTambién para mí la conversación es un intercambio, cada uno aporta lo suyo. Cuando hablo sobre algo me gusta que el otro me de su opinión, se aceptan también los consejos, es la única manera de aprender. Pero también se agrace la comprensión, y como dices tú el tacto; ahora parece que estamos más en el rollo de la imposición...
Eliminar