Hace mucho tiempo,
no recuerdo exactamente cuando, leí que los zapatos de Dorothy en El mago de Oz no eran rojos en el libro
de Baum, sino de plata. El engaño, que comenzó con la famosa película de la Garland, se había
extendido hasta el cuento versionado que me trajeron los Reyes cuando tenía
unos 7 años, ese me llevaba a todas partes, que me servía como diario secreto,
libro de hechizos, hoja de cuentas, soporte para hacer diseños de moda o lo que
fuese.
En fin, investigando
un poquito (pero muy poco, gracias Google), supe que los habían cambiado porque
no resaltaban lo suficiente en contraste con las baldosas amarillas, era la
segunda película que se realizaba en Technicolor y no todos los colores tenían
la misma nitidez.
Desde ese momento
había querido leer el libro original, y ya lo he tachado de mi lista. Es un
cuento maravilloso, y no tan orientado al público infantil como se pueda pensar
porque tiene moralejas que sólo un adulto podría encontrar.
“- No sé
donde está Kansas. Nunca he oído hablar de ese país. Pero dime, ¿es un país
civilizado?
- ¡Sí,
claro! –se apresuró a contestar Dorothy.
- Ahí
tienes la explicación. Creo que en los países civilizados no quedan brujas ni
brujos, ni hechiceras ni magos. En cambio, ¿ves?, el país de Oz nunca llegó a
ser civilizado, porque vivimos totalmente apartados del resto del mundo. Ése es
el motivo de que aún haya brujas y magos entre nosotros.”
El maravilloso mago
de Oz, Lyman Frank Baum.
En mi edición de
2013 del Círculo de Lectores las ilustraciones son de Jùlia Sardà.
Qué guay :) Tengo que leerlo algún día de estos. :)
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