10/7/13

Entre el trabajo y Masterchef



Después de mi Gran Hermano laborable particular y los dos días de cama consecuentes para recuperarme he dejado de ser una zombi y finalmente he vuelto a la vida.

Durante el verano en mi curro trabajamos por semanas, es decir, desde el lunes a las 9 de la mañana hasta el lunes siguiente a esa hora; y después tenemos una semana de descanso. En total, durante julio y agosto trabajamos tres semanas enteras, más una “normal” de turnos, y el resto son libres, dos semanass de descanso y dos de vacaciones oficiales.

Esto puede parecer lo más de lo más, el verano perfecto para disfrutar, pero nada más lejos de la realidad. Trabajar una semana entera agota hasta límites insospechados. Es verdad que cuando empecé hace tres años me pareció una cosa fantástica, y aproveché todas mis semanas libres para recorrer Italia. Y el segundo, aunque trabajé una semana más porque no quería coger todas mis vacaciones en verano, lo sobrellevé bastante bien (aunque al final no podía ni con la piel), especialmente gracias a una amiga que me invitaba a su casa de la playa, así que las semanas libres eran un ‘vuelta y vuelta’ debajo de la sombrilla con un buen libro.

Pero claro, llega el momento en que una deja de ser “la nueva” para ser “la veterana”, y esto es muerte y destrucción, porque la responsabilidad crece exponencialmente. Y en esas estamos. Además, hasta ahora “la residencia” se hacía en grupos de tres trabajadores. Este año, como las cosas están muy chungas, los grupos son de dos, un veterano y un nuevo. Aunque los nuevos llevan trabajando más o menos desde septiembre, hace sólo cuatro meses que lo hacen de forma autónoma, y, evidentemente, nunca han hecho “la residencia”. La responsabilidad vuelve a crecer…

Así que esta semana los planes son pocos: ir a correr, leer y ver Masterchef, que lo acabo de descubrir y me ha enganchado porque es un programa de desconexión total (y eso porque aquí no puedo ver Alaska y Mario…). Y ya sé quien ha ganado, pero no me importa, porque para mí lo divertido es lo raruno que habla Eva González intentando que no le salga el acento andaluz, lo repelentes que son los miembros del jurado, especialmente Samantha que ni pincha ni corta, porque el bacalao lo reparten los otros; y Jordi Cruz que habla como un señor de 80 años que se quiere hacer el moderno; los platos tan viejunos que “crean” los concursantes; y que como en todo reality “se intensifican los sentimientos”. Me parto.


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