27/11/13

De la incomunicación social (parte 1): Me oyes o me escuchas



Suelo ser una persona más bien reservada, cuento poco sobre mí misma o sobre lo que hago. Uno de los motivos para ser así es que no quiero aburrir al personal (menos a los que quieran pasar por aquí, claro), pero el más importante es que la gente no escucha, no le interesa.
La diferencia entre oír y escuchar es simple: oír es una capacidad física, por así llamarla; escuchar supone asociar a esta capacidad otras habilidades como la atención, la comprensión y la memoria.
¿Por qué la sociedad oye sin escuchar? Evidentemente no tengo una respuesta unívoca, pero tengo la respuesta que he conseguido a través de la experiencia. El sistema nos lleva a acumular información, porque la información es poder, pero somos incapaces de ver que esto sólo es un escalón hacia el conocimiento, que debería ser la meta.
Aplicado a la vida cotidiana: A pregunta a B: “¿Qué tal en el trabajo?”; y B responde: “Mal, muy mal; no le caigo bien a mi jefe así que siento mucha presión y siempre estoy pensando que me van a despedir, por lo que intento esforzarme muchísimo en todo lo que hago y acabo agotado, a lo que hay que sumar el estrés que soporto con toda esta situación…”. A habrá desconectado seguramente después de “me van a despedir”, porque no es que se espere una respuesta positiva, pero le vale con un simple: “Mal, mi jefe es un cabrón”. Ya está, ya tiene la información, todo lo demás sobra.
B pregunta a A: “¿Qué tal la casa nueva?”; y A responde: “¡Genial!, estoy decorándola y tengo un montón de ideas: voy a pintar el salón de gris y los muebles serán de estilo vintage con toque industriales, con algún toque de color para que tenga vivacidad; y he pensado que la cocina será ultra moderna…”. B ha dejado de escuchar posiblemente después de “tengo un montón de ideas” porque quiere un: “Genial, ya la estoy decorando y creo que quedará muy bien”.
No es ningún misterio que vamos hacia una sociedad siempre más individualista y en cierto modo egoísta. Nos concentramos en nosotros mismos, nuestra vida ya nos da suficientes alegrías y penas, de los demás nos interesa saber. Saber no siempre está relacionado con el cotilleo, saber puede ser interesarte por los demás, por la familia y los amigos. Lástima que muchas veces se quede ahí estancado y sea tan difícil que pase a conocer, a comprender.



De la incomunicación social es una reflexión personal promovida por la gran cantidad de tiempo libre de que dispongo y por mi deformación profesional, cuya redacción sirve más que nada a propósitos también personales de desahogo y ordenación de las múltiples ideas al respecto que giran en mi cabeza. La publicación en el blog es sólo una forma de dar visibilidad, realidad y perdurabilidad a mis pensamientos.

24/11/13

Foutaises





Me gusta cuando Cúrcuma me lame los dedos. El olor de las sábanas limpias cuando me meto en la cama. Y darle la vuelta a la almohada para buscar el lado fresco. Me gusta ducharme con agua muy caliente. Oler los libros. Mirar las estrellas. La sensación de bienestar y superación después de hacer deporte. Conducir sola, poner la música muy alta y cantar. Me gustan los días de invierno con sol de verano. Viajar, viajar, viajar. Usar el pijama como ropa de esta por casa y quitármelo para dormir. Jugar a las canicas y a “piedra, papel o tijera”. Los juegos de mesa en general. Me gusta ir al cine. Taparme con la manta, aunque no haga frío. Los supermercados gigantes. Almorzar en la montaña. Algunas miradas y casi todas las sonrisas. Me gusta calentarme las manos con la taza del café.


No me gusta que el fregadero esté lleno hasta arriba de cacharros para fregar. Que la congestión no me deje dormir. Cuando no le ponen la tilde a mi nombre. Perder objetos que me gustan. Olvidarme. Que me soplen en la nuca. No me gusta la lluvia. Ni que me cambien de tema. Cocinar para mí sola. Que me vean llorar. No me gusta que me pregunten siempre las mismas cosas. Quemarme la lengua con la comida. Ser perezosa. La ropa amontonada. Que el tiempo pase tan deprisa. Que me digan como soy. Romper los vasos y derramar el agua. No me gusta coger el autobús.


14/11/13

Noviembre



Vuelvo a casa, son más de las 10 de la noche, es el 13 de noviembre y todavía no hace frío. Así no es como recordaba Nunca Jamás, a estas alturas ya tenía que estar con el chaquetón y todavía voy con la cazadora vaquera. No me quejo, pero espero no pelarme de frío en mayo.
Veo que ya han empezado a poner las luces de Navidad. Desde luego hay crisis para lo que queremos: se recorta en servicios sociales, en educación y en salud; pero la Navidad no se toca. Ni eso ni el fútbol, opio para el pueblo. Muchas tiendas del barrio han cerrado, por el contrario han abierto muchas otras en el centro, y siempre tienen gente. El otro día el INEM también estaba lleno, la mayoría eran inmigrantes. Por suerte ya he encontrado trabajo, algo temporal, aunque cuando acabe seguramente me seguirán llamando para otras sustituciones. Evidentemente lo conseguí por mi cuenta, el servicio de empleo no tuvo nada que ver. Aún así seguiré buscando algo “mejor”, sin saber qué.
Estoy yendo mucho al cine: un festival de cortos (de la sesión que vi no me gustó ninguno), un homenaje a Le voyage Dans la lune (mágica) y su correspondiente revisión con El viaje extraordinario (muy interesante); un pase especial de The Beginners  (una historia muy especial contada de forma más especial aún, fantástica); en versión original La vie d’Adèle (extremadamente íntima, conmovedora y estremecedora); una de cine solidario con 5 cámaras rotas (el conflicto Israel-Palestina me absorbe) y de un ciclo dedicado a Bertolucci, para mi alegría también en versión original, The Dreamers (que atrapa por su culto al cine y la música, pero nada más).
La lectura la llevo más atrasada. Después de Capire Israele in 60 giorni (e anche meno) (en la versión española Una judía americana perdida en Israel) de Sarah Guidden; un cómic autobiográfico y muy subjetivo a la vez que emocional sobre el conflicto Israel-Palestina (otra vez); estoy ahora terminando Por favor, Mátame. La historia oral del punk que recoge las declaraciones de quienes vivieron el nacimiento de esta revolución cultural y musical desde los años 60 en Estados Unidos (Andy Warhol, Velvet Underground, Iggi Pop…) y de quienes la encumbraron más adelante allí y en Inglaterra (Television, Ramones, Sex Pistols…), además de todos los personajes que rodearon el movimiento; que me está encantando, pero voy despacito para no perderme nada entre tantos nombres. También he vuelto a mis álbumes ilustrados: La piedra azul de Jimmy Liao, El circo mágico de Philippe Lechermeier y Sacha Poliakova, Besos que fueron y no fueron de David Aceituno y Roger Olmos, y Ensueños, también de Aceituno, y Conrad Roset. Tengo alguno más todavía por leer, tiempo al tiempo.
Me gustaría ir a algún concierto. Quisiera tener más ganas de salir, de ir a los bares que echaba de menos, de tomarme una copa y bailotear despreocupadamente. Todavía no lo he conseguido, ninguna de las dos cosas. Me da pereza llamar a la gente.
Lo que más hago es pensar, sin llegar a ninguna conclusión: ¿soy feliz aquí?, ¿qué había allí que me hacía feliz?, ¿tengo lo que quiero?, ¿puedo conseguir más?, ¿alguien se da cuenta de que en este tiempo he cambiado?, ¿puedo ajustar mi nuevo yo a mi vieja vida?, ¿debería construir algo nuevo?
Quiero un abrazo y no quiero dormir más sola.

4/11/13

Cúrcuma



Cúrcuma es una planta de origen asiático de cuya raíz seca y machacada se extrae una especia con el mismo nombre que se usa como colorante y que es lo que le da ese color tan característico al curry.
Cúrcuma es el nombre de mi gata y casi todo el mundo me pregunta qué significa. Tiene 3 años y medio, su cumpleaños es el 15 de marzo, y la recogimos de la protectora de animales 6 semanas después, cuando se considera que ya está “destetada”. Tenía mucho miedo cuando llegó y se escondía debajo de los muebles. Una de las mejores cosas es que ya sabía usar el cajón de arena.
Cúrcuma es una gata común europea, de pelaje corto, pardo y atigrado. Tiene los ojos verdes. Ahora es más rubia y ha perdido las manchas de la tripa que recordaban a un guepardo. Un día, al volver a casa, me di cuenta que se había partido un colmillo.
Cúrcuma es uno de esos gatos independientes que te buscan casi exclusivamente para pedirte comida y para que juegues con ellos. Sólo en invierno, cuando hace frío, se sienta encima para coger calorcito. Desde pequeña le hemos cortado las uñas, por eso nunca las saca para jugar o cazar. Pero muerde que no veas. Parece salida de Matrix porque cuando persigue la pelotita (uno de sus juegos preferidos) corre por las paredes para tomar las curvas ya que el pasillo es demasiado estrecho.
Cúrcuma tiene un miedo atroz al veterinario desde que la castró. Al principio salía del trasportín sin problemas y se dedicaba a curiosear en la consulta. Ahora hay que agarrarla con unos guates para perros de caza para poderla vacunar. Desde que se monta en el coche empieza a llorar… Una semana antes le ponemos un difusor de hormonas de gata madre para que esté más tranquila.
Cúrcuma es quien me hace compañía ahora que estoy tanto en casa. La que me va persiguiendo por las habitaciones, la que se tumba a mi lado en el sofá, la que me mira desde la silla mientras cocino, la que se duerme a mi lado mientras estudio… No me equivocaba al echarla tanto de menos.