Sucede que soy una miedica. Quien me conoce se
sorprende cuando lo digo, porque no transmito esa sensación, pero lo soy:
miedica hasta la médula. Me da auténtico terror hacerme daño. Nunca me he hecho
nada grave, de hecho creo que puedo contar con los dedos de una mano las veces
que me he caído de la bicicleta, por poner un ejemplo. Se podría pensar que soy
especialmente habilidosa, pero nada más lejos de la realidad, son tan
coordinada como la mayoría de la humanidad, ni más ni menos.
También me da miedo ser una incapaz, por eso
cuando tengo que hacer algo por primera vez estoy aterrorizada. Por ejemplo,
cuando estaba aprendiendo a conducir. Antes de empezar las clases prácticas fui
a probar con mi padre (creo que como el
90% de la población), estaba tan nerviosa que no di una y desquicié a mi padre
(que es un ser absolutamente zen) y me dijo que no volvería conmigo hasta que
no tuviese el carnet. El caso es que con el profesor de la autoescuela siempre
lo hice bien, dí pocas clases y aprobé a la primera.
Porque además de miedica soy muy cabezona, así
que cuando decido hacer algo, lo hago. Mi propia cabezonería me envalentona.
El año pasado por mi cumpleaños una amiga me
regaló un bautizo de mar, ella es una apasionada del buceo y quería que yo
viese el porqué de su afición. Yo no estaba nada segura de hacerlo, pero no
quería decepcionarla, así que embutí mi corazoncito a 100 pulsaciones por
minuto en el buzo y me repetí constantemente “puedes hacerlo”. Dicen que una de
las cosas que da más impresión es que
tienes que tirarte al agua de espaldas, pero a mí me pareció lo de menos,
porque sales a flote inmediatamente.
La primera impresión no fue buena: era incapaz
de ‘nadar’ con la botella a la espalda, me sentía realmente incómoda. Así que
estuve agarrada a la barca hasta que me tocó descender. Por suerte no tengo
problemas con la compensación de la presión de los oídos y bajar fue muy fácil.
Pero a los 5 minutos estaba otra vez
arriba porque me había entrado agua en las gafas, tuve miedo y me sentí
incapaz de hacer la maniobra para vaciarlas ahí abajo.
Como tengo una amiga tan fantástica me
tranquilizó y me propuso bajar otra vez. Yo no quería, pero mi parte cabezona
me empujó ha hacerlo. Esta vez el paseo fue muy diferente: vi un montón de pececillos
e incluso un pulpo (qué feo era el jodío). Yo iba siempre de la mano de mi
amiga y ella me hacía señas todo el tiempo de que iba muy bien, así que me
soltó. Cuando llevábamos unos 10 minutos entramos en una zona en la que había
corrientes, por lo que moverse era muy difícil. Evidentemente, me entró el pánico.
Mi amiga me ayudo a salir de ahí e intento calmarme, pero yo quería volver a
salir.
Mientras ascendíamos nos rodeó un banco de
sardinas. Es algo mágico, de las cosas más bonitas que he visto. Los rayos de
sol reflejan en las escamas y parecen de oro. Sería como si te bailase entorno
un grupo de luciérnagas. En ese preciso instante me dí cuenta de que el miedo
no podía hacerme perder cosas tan fantásticas.
Evidentemente no he dejado de ser una miedica,
pero desde ese día soy un poco más cabezona.
Yo también soy muy miedica, y muy cabezota, pero todavía poco. Tengo que compensar más.
ResponderEliminarMua!