A principios de mes todo el mundo hablaba del “comienzo de curso”, de
esa especie de “año nuevo”. Para alejar el “estrés post vacacional” se tiende a
proyectar un montón de cambios: empezar a hacer deporte, realizar algún curso,
leer más, ir al teatro, viajar, ser más ordenados… Se espera que la ilusión por
emprender todas estas mejoras nos haga olvidar el verano.
En general no me suelo hacer promesas de este tipo, ni en septiembre,
ni en enero, ni antes del verano. Pero este año es diferente, porque octubre
será mi particular rentrée, pero a lo
grande: dejo l’Urbe y vuelvo a Nunca Jamás. Dejo el trabajo y vuelvo a la
aventura en plena crisis. Dejo una vida que me he construido sola y vuelvo al calor
de la familia y los amigos de toda la vida. Y, sobre todo, vuelvo a él, con él
y por él (o, mejor dicho, nosotros).
Como yo tampoco quiero sufrir “estrés post”, y sobre todo por el
agobio que me estaba entrando al tener que responder 20 veces al día la
pregunta “¿Qué vas a hacer cuando vuelvas?”, por primera vez he hecho una lista
de propósitos:
- Matricularme en un número de asignaturas decente, entre ellas las prácticas, de mi segunda carrera para darle un buen empujón.
- Volver a ir al gimnasio. Seguir corriendo hasta poder hacer 10 km.
- Hacer un curso de fotografía.
- Reanudar el cine-forum con mis amigas, o al menos intentarlo dándoles la tabarra con ello.
- Cocinar más, mejor y variado. Volver a consumir una cantidad normal de pasta a la semana.
- Intentar retomar el francés, esto depende de que me admitan en la EOI o en el curso de la Universidad Popular.
- Dedicar al menos una mañana al mes para dar un paseo por el monte.