La perigrinación hacia el norte del planeta
siguió según lo previsto: todos más caro y más turistas por todas partes. El
frío y la lluvia hicieron finalmente su aparición junto con otros imprevistos.
Todo esto, sumado al “cansancio” de más de dos semanas de viaje se tradujo en
unos días algo apáticos, con pocas ganas de hacer nuevo descubrimientos.
Consejo estrella para salir de Riga: comprobar
si el destino elegido está en la ruta hacia Tallin, si es así, comprar el
billete con antelación porque siempre se llenan. Hasta el momento no habíamos
tenido ningún problema en hacerlo antes de que saliese el bus, así que nosotros
ni siquiera nos lo habíamos planteado, pero vaya cara de bobos se nos debió
quedar cuando la “amable” señorita” de la taquilla nos dijo que estaba todo
llenos hasta 4 horas después.
En Estonia visitamos sólo dos ciudades. La
primera, Parnu, en la costa; con intención de pasar un día en la playa. No pudo
ser, tanto por el retraso como por la lluvia; pero tuvimos la suerte de que
justo ese día se celebrase el festival Augustiunetus,
algo así como “La noche de las artes”, por lo que pudimos callejear toda la
noche entre espectáculos, mercadillos, puestos caseros de comida, conciertos…
Después fuimos a Tallin, que es preciosa, pero
está tan invadida por los turistas (sobre todo por las mañanas que debe ser
cuando llegan los cruceros) que es difícil incluso andar. Esto nos animó para
alejarnos del centro histórico y visitar barrios más “auténticos” que también
tienen su encanto.
El viaje terminó en Helsinki, que nos
sorprendió gratamente desde el momento que salió el sol, porque las lluvias
torrenciales y los 12º que nos recibieron no animaban mucho a conocer la
ciudad. Lo mejor: el mercado de pescado y fruta en el puerto, para comer
“bueno, bonito y barato”; la fortaleza de Suomenlinna y descubrir que “los
Moomin” son toda una institución nacional.
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