De nuestro primer verano juntos me acuerdo de
todo. Del calor, de la casa siempre en penumbra, de como me mirabas por ir
siempre descalza, de los libros leídos en el suelo de la cocina, de mi obsesión
por lavar los platos después de cenar, de las puertas abiertas en habitaciones
separadas, de las sobremesas interminables, de los silencios, de las miradas.
Me acuerdo también que fue un verano largo, de los que duran hasta finales de
septiembre, porque esperó que volviese de Bosnia para arriesgar por ti, por nosotros.
Este verano también se está haciendo interminable,
y no sólo porque el 6 de septiembre haga el mismo calor que el 6 de julio, sino
porque estoy cansada. Cansada de este trabajo que, aunque me ha hecho crecer
tanto, me chupa la vida; de tanto ir y venir, de mi cama individual, de skype y
“la conexión no es buena para mantener el vídeo”, de justificar lo que hago, de explicar mis decisiones… De esperar
nuestro momento, otra vez.
(Fotograma de De repente, el último verano, Mankiewicz, 1959)
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